Dificultades de aprendizaje y psicoanálisis

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Dentro de nuestro centro de psicología en Oviedo podemos observar numerosos casos en los que los niños son traídos a consulta, por sus padres o aconsejados por sus maestros, a causa de las dificultades que presentan para aprender.

El desarrollo de una persona, desde que nace hasta que se estructura como una persona adulta, está plagado de etapas en las que la energía psíquica está al servicio de diferentes motivos.

Cuando un bebé llega al mundo, lo primero que experimenta es angustia.

El nacimiento es sin duda traumático para todos, para unos más que para otros, pero el afecto experimentado en esta realidad es totalmente olvidado y apartado de la conciencia debido a su carácter altamente estresante.

Antes y después de este importante acontecimiento, nos encontramos con una figura que está íntimamente ligada al bebé, en la cual ha vivido durante nueve meses y que el recién nacido no puede diferenciar como algo ajeno, sino que es realmente sentida como parte de sí mismo.

Esta figura es, naturalmente, su madre.

Ella es la encargada de satisfacer las necesidades del niño, cuando nace. Pareciera que el alimento sea la más importante, ya que sin él es muy posible que el niño no sobreviva, sin embargo hay otras necesidades a las que tiene que atender.

Las angustias que un niño experimenta en esta primera etapa de su vida son indudablemente de una magnitud escandalosa, y la presencia o ausencia de una madre “suficientemente buena” (Winnicott,1963) es lo que otorga al niño una presentación del mundo que lo rodea, y va a marcar su posterior relación con él.

Otra de las tareas de la madre consiste, entre otras cosas, en proporcionar sentido a la angustia que el bebé experimenta a través de las palabras.

Esto permite la comprensión en el orden simbólico compartido por la cultura y posibilita el inicio de la capacidad de pensamiento. Al comienzo de la vida, la madre de un niño es la que piensa por él.

Una vez que su desarrollo haya avanzado y se dé la diferenciación yo-no yo, podrán comenzar a constituirse los pensamientos propios de un sujeto independiente.

Cuando esto no sucede, es decir, cuando existe una madre que no interpreta la angustia del niño ni le da un sentido debido a una desconexión con él, producida quizás por una depresión, una vivencia traumática, un duelo, un conflicto o un rechazo, abierto o inconsciente, por el embarazo y por el bebé… La angustia vivida por el niño se incrementa en estos casos y las posibilidades de canalización de ese quantum de energía se reduce considerablemente, dificultando la capacidad para el pensar y para aprender posterior.

Si igualmente se estructura una capacidad de pensamiento en el niño, es probable que en éste aparezcan signos de dispersión psíquica. Esta dispersión se refiere a una capacidad de selección de los estímulos insuficiente. El niño percibe una multitud de estímulos simultáneamente, de manera que la capacidad de concentración está afectada por la hiperpercepción a la que el niño está expuesto. En estos casos, las dificultades de aprendizaje están asociadas a estructuras psíquicas muy primarias con carencias muy tempranas.

La curiosidad en el niño surge de la diferenciación de la madre con él, advirtiendo el niño la desviación de la mirada y atención de la madre a otros lugares que no son él mismo, surgiendo así el deseo de saber de qué se trata.

El deseo del niño se convierte en un deseo ajeno permitiendo el abandono del narcisismo primario y pudiendo el niño avanzar a su próxima etapa en su desarrollo psicoafectivo.

Distinto de los casos de estructuración narcisistas mencionados anteriormente encontramos, más comúnmente, dificultades de aprendizaje en una estructura neurótica, en la que los esfuerzos y el trabajo psíquico está centrado en la resolución de algún conflicto intrapsíquico particular, ya sea el duelo por la muerte de un ser querido, una mudanza importante en la que el niño tenga que volver a reestructurar diversas funciones, la llegada de un hermanito o hermanita, la resolución edípica, etc, produciendo en el niño lo que llamamos distracción (distinta de la dispersión antes mencionada), que tiene que ver con un exceso de pensamiento puesto al servicio de tal tarea.

La primera infancia está repleta de angustias a las que el niño tiene que enfrentarse y elaborar.

Aunque se encuentre en el seno de una familia sana y equilibrada, que le brinda todas sus necesidades y le niega las que le corresponden para su edad, que muestra al bebé un mundo para crear y le entrega herramientas y afecto necesarios, el niño está sumergido en los esfuerzos que supone para él desarrollarse, para lo cual necesita grandes cantidades de energía.

Freud, en su teoría, nos describe las fases del desarrollo psicosexual por el cual el niño atraviesa, desde su nacimiento hasta la madurez. Hasta la edad de seis años, el niño atraviesa por la fase oral, anal, fálica, periodo de latencia y genital. Las tres primeras corresponden a los primeros años de la vida de un niño.

Después de ellas, aparece el periodo de latencia, en el cual las angustias correspondientes a las etapas anteriores son reprimidas y la líbido o energía se pone al servicio del aprendizaje y del interés por el mundo exterior, más allá de la familia.

Cuando atendemos en nuestra consulta a los papás que vienen preocupados por sus hijos, realizamos con ellos una o varias entrevistas preliminares que nos permitan localizar al niño en la fase o etapa del desarrollo en la que se encuentra o se ha detenido, facilitándonos la comprensión de su síntoma y realizar las intervenciones necesarias con el infante que encaminen al niño a su crecimiento.

Observando la edad cronológica y la etapa en la que se encuentran, podemos encontrar en los niños comportamientos que, en la sociedad actual, pueden resultar llamativos o alarmantes.

Sin embargo, sabemos cuáles son los conflictos naturales por los que atraviesan y es sólo cuestión de tiempo que los resuelvan.

No obstante, otras veces encontramos otros comportamientos o inhibiciones que podemos advertir como sintomáticos.

Pero, ¿qué es entonces un síntoma? Un síntoma es un acto inconsciente con carácter nocivo que el sujeto realiza o inhibe en contra de su voluntad y que afecta a su vida personal cotidiana, incapacitándolo en algún sentido y ocasionándole un sufrimiento.

¿Qué es un Síntoma?

Es una manera de resolución de un conflicto intrapsíquico que el sujeto ha encontrado para reconciliar fuerzas o sentimientos opuestos.

Cuando un niño no ha conseguido reprimir (llevar al inconsciente), las angustias que han surgido en él en años anteriores o falla la represión y éstas regresan, es muy probable que no se instaure bien el periodo de latencia y el niño experimente dificultades, en el aprendizaje o en algún otro ámbito que la cultura le exija en la edad en la que se encuentra.

Es entonces, nuestra tarea como psicoanalistas, ponernos en relación con nuestro paciente y a su subjetividad. Percatarnos de cuál es el lugar que ocupa en el seno familiar y observar cuáles son los mecanismos de defensa que utiliza, ayudarlo a reconocer sus afectos y angustias y enfrentarlas de manera consciente para que pueda volver a reprimir, desapareciendo así el síntoma.

eva alvarez psicoanalista
Psicóloga en Gabinete PsicoPaso

Psicóloga colegiada nº O-03034.
• Licenciada en Psicología.
• Máster en Psicoanalítica para Niños y Adolescentes.
• Máster de Orientación Educativa.
• Máster en Psicología General Sanitaria.

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